Siempre que querramos ir a algún lugar
desconocido en Buenos Aires resulta muy útil contar con la Guía T, no solo
tiene un plano detallado con el nombre de las calles si no que también nos
facilita los medios de transporte. Cotejando la grilla con el punto de partida
y la grilla con el punto de llegada, haremos una intersección entre los
colectivos y subtes posibles y definiremos cómo nos trasladaremos hasta ahí.
A menudo digo: -Pensá en Yoga como un viaje
hacia dentro de tu cuerpo. El cuerpo se convierte en una ciudad, en un sistema
del cuál nos conviene conocer los puntos de referencia para poder manejarnos en
él. Al tiempo de practicar yoga descubrí que no sólo no hacía falta un espejo
para practicar, si no que dependía sobre todo de mi atención de escucha para
poder seguir las indicaciones del profesor.
El profesor, que hace las veces de guía de
turismo, nos va conduciendo a percibir y conocer no sólo la anatomía de nuestro
cuerpo, si no su uso más efectivo y saludable. A través de la posición anatomica
aprendemos a ubicarnos en la tridimensión del cuerpo y su relación con el
espacio.
Cuando empecé a practicar Yoga con
biomecánica, la primera diferencia que encontré con cualquier otra disciplina
física que había practicado antes fue la atención y el tiempo que se le
dedicaba a trabajar las grandes articulaciones. He pasado meses trabajando la
cintura escapular o la cintura pelviana, sin entender cabalmente hacia dónde me
llevaba eso pero confiando en la repetición y en la sensibilización del área
del ejercicio.
En la repetición y el enfoque de la atención,
la conciencia sobre el cuerpo comienza a crecer y con ella la sensación de
pertenencia, de habitarlo más claramente. “Conciencia” es capacidad de
reconocer lo que está bloqueado, acortado, tenso, excesivamente laxo y poder
para hacer los cambios que permitan un funcionamiento más adecuado a la
anatomía en la medida de lo posible cada día.
De a poco pierde relevancia la dependencia a
la forma, a lograr el resultado “ideal” (el de la foto, el del profesor, el de
un yogi famoso) y nos conectamos con las sensaciones reales de nuestro cuerpo,
moviéndolo en consecuencia. Vamos explorando y expandiendo los límites físicos
porque el cuerpo es nuestro objeto de estudio, no lo damos por sentado.
Esta máquina maravillosa que nos dieron,
gracias a nuestra conciencia, es capaz de más cosas que las habituales sin
necesidad de que tengamos talento. El yogi no es un artista en el sentido llano
de la palabra, no es un bailarín, no es un acróbata, no es un mimo. Su arte
reside en tomar pleno derecho sobre su cuerpo desde la conciencia, dejando de
lado toda clase de tabúes culturales.
Uno de ellos es el del talento y la habilidad
física “natural” para el movimiento que sería potestad de algunas personas
dotadas. Sin embargo, “todos” poseemos ese talento, si no seríamos rocas en
lugar de humanos. El cuerpo es nuestra casa. No distinguir un músculo, de un
hueso, de una articulación; sería como confundir la cocina con el baño. Resulta
esencial para nuestra vida cotidiana y para cuidar la salud, hacernos sensibles
a los cambios en el funcionamiento de las distintas partes de nuestro cuerpo.
Muchas veces, lo que confundimos con falta de
talento para el movimiento es sólo falta de conciencia. Una vez que sabemos qué
tenemos que percibir, la atención comienza a funcionar de tal manera selectiva
que poco a poco nos familiariza con lo que parecía de otro planeta.
Somos el planeta más importante a conocer, a
recorrer, a descifrar, a disfrutar. Somos nuestra única e ineludible casa. Toda
información que incorporemos y utilicemos prácticamente sobre el cuerpo, nos
sumergirá en el más fabuloso viaje. Uno que emprendemos movidos sólo por el
deseo de dejar de ser para nosotros terra incognita.