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lunes, 3 de agosto de 2015

Darse a luz, parirse.

Foto: Malena Giannotta
Al tener largas y fecundas vidas, es posible nacer varias veces. Así llegamos a un nuevo canal de parto. 
De repente ese útero que nos nutre y alimenta, empieza a ser incómodo porque ya crecimos lo suficiente dentro de él ¿Cómo ese lugar de protección puede querer expulsarnos? –nos preguntamos entre espantados y conmovidos-. ¿Cómo puede no ser más un lugar seguro para vivir? La lógica habitual se deshace a pedazos 
desde dentro. A veces cayendo en grandes escombros o triturándose como si hubieran colocado explosivos para una demolición.

Aunque no lo recordemos conscientemente, nacer es doloroso. Actualizamos ese sufrimiento cada vez que, como niños, comenzamos a atravesar otro canal de parto. Y como entonces, no sabemos cuándo al fin saldremos al nuevo mundo. Hace meses estoy transitando un túnel incierto. Entonces, me preguntaba ¿Cómo medir las unidades de dolor cada vez que nos parimos a “nosotros mismos”? Porque en el proceso somos la madre y el niño, como las dos caras de una misma moneda. Por un lado estamos gestando esa versión más genuina de nosotros y por otro, nos da miedo salir del hogar conocido aunque sea el de una familia disfuncional.

La escala de unidades de dolor enuncia que parir equivale al dolor de 20 huesos rotos al mismo tiempo. Mi hermana Gisela, que tuvo la experiencia, me decía que la intensidad del parto es inmensa pero que en unas horas se termina. Comparaba ese dolor, a otro que atravesó por dos fracturas de hueso sin estar enyesada. La variable de la persistencia del sufrimiento en el tiempo, lo hacía más insoportable porque no le permitía dormir. El estrés comenzaba acumularse como un síntoma que se superponía al anterior.

El umbral del dolor que somos capaces de soportar, es distinto de persona a persona. No sólo responde a causas fisiológicas, si no también a la reacción psicológica que desarrollamos ante él. Lo digo desde mi experiencia de vida. Si uno construye un umbral de tolerancia alto a la incomodidad y al dolor emocional y psicológico por largo tiempo, puede acostumbrarse a él. No por nada una de mis frases resignadas solía ser: "Hasta a lo malo uno se acostumbra". Sin embargo, mi mirada cambió a partir de una nota sobre la resiliencia compartida por Elizabeth Gilbert en su página de Facebook. Lo que leí me puso furiosa ¿Qué está tratando de decir? ¿Está ensalzando el sufrimiento? Los resilientes ¿somos los silenciosos héroes del dolor? Sencillamente no quería verme así.

Pero siempre hay una luz al final del canal de parto. En la sincronicidad de la información que fluye en las redes sociales, leí otra publicación en el Facebook de Gregg Braden. Es una cita de su libro “The turning point, Creating resilience in a Time of Extremes”, en la que habla de la relación entre el umbral de tolerancia y hacia dónde es dirigida nuestra resiliencia. Este último factor como fundamental, para reconocer a qué nos estamos adaptando con nuestro estilo de vida. Dice Braden: “Aprendemos a volvernos resilientes al mundo que nos creamos”. Me quedó resonando esta última frase como llamada de atención. La resiliencia es un mecanismo de adaptación al entorno con el fin de sobrevivir y en mi caso, el entorno adverso era una constante. Pude ver que la resiliencia, convertida en hábito, no permitía mi desarrollo individual si no que mantenía el status quo. Por más admirables que nos parezcan los ejemplos de conductas resilientes, estas conductas sólo son útiles en circunstancias extremas y particulares que tienen un fin. No pueden, ni deben convertirse en hábito. El ritmo es vida.

Cada nacimiento de uno mismo, de ese ser más y más genuino, es un desafío a lo establecido en nosotros y en nuestra relación con el entorno. Cuando la comodidad se torna incómoda, duele. Y el dolor no es más que un aviso altisonante de que estamos siendo sensibles a algo que, hasta ese momento, no percibíamos como molesto ¡Son las señales del parto! Nuestro ser se contrae para poder dar a luz el cambio, larga y silenciosamente gestado.

Ahí estamos, percibiendo cómo el aire entra en los pulmones y los ensancha a la par del Universo. Ahí estamos al fin, recostados en el pecho de esta madre que somos para nosotros mismos. Sintiéndonos relajados, escuchando el sonido de la respiración, con la piel vibrante y abierta a la nueva información. Ahora en consonancia con la existencia, tenemos la atención despierta y estamos listos para actuar en el nuevo mundo que nos creamos.

Niña, niño: que seas bienvenido.

                                               

Banda de sonido: canción "La Bienvenida" de Raly Barrionuevo del disco “Rodar”


Silvina Giannotta- Copyright 2015


miércoles, 1 de julio de 2015

Habitar el cuerpo

Siempre que querramos ir a algún lugar desconocido en Buenos Aires resulta muy útil contar con la Guía T, no solo tiene un plano detallado con el nombre de las calles si no que también nos facilita los medios de transporte. Cotejando la grilla con el punto de partida y la grilla con el punto de llegada, haremos una intersección entre los colectivos y subtes posibles y definiremos cómo nos trasladaremos hasta ahí.

A menudo digo: -Pensá en Yoga como un viaje hacia dentro de tu cuerpo. El cuerpo se convierte en una ciudad, en un sistema del cuál nos conviene conocer los puntos de referencia para poder manejarnos en él. Al tiempo de practicar yoga descubrí que no sólo no hacía falta un espejo para practicar, si no que dependía sobre todo de mi atención de escucha para poder seguir las indicaciones del profesor.

El profesor, que hace las veces de guía de turismo, nos va conduciendo a percibir y conocer no sólo la anatomía de nuestro cuerpo, si no su uso más efectivo y saludable. A través de la posición anatomica aprendemos a ubicarnos en la tridimensión del cuerpo y su relación con el espacio.

Cuando empecé a practicar Yoga con biomecánica, la primera diferencia que encontré con cualquier otra disciplina física que había practicado antes fue la atención y el tiempo que se le dedicaba a trabajar las grandes articulaciones. He pasado meses trabajando la cintura escapular o la cintura pelviana, sin entender cabalmente hacia dónde me llevaba eso pero confiando en la repetición y en la sensibilización del área del ejercicio.

En la repetición y el enfoque de la atención, la conciencia sobre el cuerpo comienza a crecer y con ella la sensación de pertenencia, de habitarlo más claramente. “Conciencia” es capacidad de reconocer lo que está bloqueado, acortado, tenso, excesivamente laxo y poder para hacer los cambios que permitan un funcionamiento más adecuado a la anatomía en la medida de lo posible cada día.

De a poco pierde relevancia la dependencia a la forma, a lograr el resultado “ideal” (el de la foto, el del profesor, el de un yogi famoso) y nos conectamos con las sensaciones reales de nuestro cuerpo, moviéndolo en consecuencia. Vamos explorando y expandiendo los límites físicos porque el cuerpo es nuestro objeto de estudio, no lo damos por sentado.

Esta máquina maravillosa que nos dieron, gracias a nuestra conciencia, es capaz de más cosas que las habituales sin necesidad de que tengamos talento. El yogi no es un artista en el sentido llano de la palabra, no es un bailarín, no es un acróbata, no es un mimo. Su arte reside en tomar pleno derecho sobre su cuerpo desde la conciencia, dejando de lado toda clase de tabúes culturales.

Uno de ellos es el del talento y la habilidad física “natural” para el movimiento que sería potestad de algunas personas dotadas. Sin embargo, “todos” poseemos ese talento, si no seríamos rocas en lugar de humanos. El cuerpo es nuestra casa. No distinguir un músculo, de un hueso, de una articulación; sería como confundir la cocina con el baño. Resulta esencial para nuestra vida cotidiana y para cuidar la salud, hacernos sensibles a los cambios en el funcionamiento de las distintas partes de nuestro cuerpo.

Muchas veces, lo que confundimos con falta de talento para el movimiento es sólo falta de conciencia. Una vez que sabemos qué tenemos que percibir, la atención comienza a funcionar de tal manera selectiva que poco a poco nos familiariza con lo que parecía de otro planeta.

Somos el planeta más importante a conocer, a recorrer, a descifrar, a disfrutar. Somos nuestra única e ineludible casa. Toda información que incorporemos y utilicemos prácticamente sobre el cuerpo, nos sumergirá en el más fabuloso viaje. Uno que emprendemos movidos sólo por el deseo de dejar de ser para nosotros terra incognita.

Silvina Giannotta- Copyright 2015

sábado, 13 de junio de 2015

Decálogo del yogui

1-      Si buscas Paz yendo a clase y te molesta el ruido de las bocinas de la calle, empezá a encontrarla justo ahí.

2-      El Yoga no es una disciplina de alto rendimiento. Si pensás que es necesario tener la flexibilidad de una gimnasta rusa, tal vez te convenga más ir al gimnasio.

3-      En las posturas de Yoga buscamos estabilidad y comodidad, para que la sensación de equilibrio físico repercuta en lo mental y emocional. Las correcciones del instructor tienen ese fin. Su pregunta no molesta.

4-      Da igual si comés carne, verdurita o evitás los venenos blancos. El profesor no tiene rayos X, sólo ve una persona.

5-      No es necesario entender al detalle ninguno de los procesos musculares, respiratorios o biomecánicos. Hay que descubrirlos con el cuerpo.

6-      Criticar al compañero del mat de al lado por su inoperancia al hacer una postura o compararte con el que logra “la postura de la foto”, divide tu atención. Evitá juzgar o juzgarte.

7-      No hace falta que te conviertas ideológicamente para practicar Yoga. No te compres otro paquete. Sobran fanáticos y hacen falta apasionados. Elegir con libertad lo que nos sirve y aplicarlo en la práctica, es más vital.

8-      La primera no-violencia es con uno mismo. Escuchá a tu cuerpo, escuchá lo que sentís, escuchá lo que decís. En suma, reconocete en tu individualidad. No rechaces nada de lo que sos, ni lo cambies por una idea ajena. El cambio es natural en la vida. Evitarlo es violento.

9-      Cada ásana propone diferentes experiencias espacio-temporales. En lenguaje de Castaneda: una nueva posición del punto de encaje. Nuestra percepción cambia si estamos cabeza abajo o culo p’arriba. Si tu estado físico está disponible para un ásana nuevo, aceptá el desafío.

10-  Y por último, lo fundamental: ¡no te olvides de respirar!


Silvina Giannotta- Copyright 2015