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domingo, 25 de diciembre de 2011

Acerca de Asteya (Apertura)

Uno de los grandes desafíos de Yoga, y diría que de toda disciplina integral, es estar abiertos a lo que encontremos a través de su práctica ¿Por qué digo ésto? Porque es un punto que puede hacernos abandonar la disciplina o, en el peor de los casos, dejarnos estancados en un estadío sin posibilidades de capitalizar lo que descubrimos y utilizarlo para el cambio.

Dice Godfrey Devereux: "estar abierto significa encontrarse con lo que está pasando en nosotros sin agenda previa". Personalmente, la "agenda previa" me resonó mucho y me hizo notar cuánto su existencia condicionaba mi relación conmigo misma y con los demás.  Al punto de observarme armar diálogos y situaciones en mi mente, sobre hechos que no estaban ocurriendo. Demostrando que el diálogo interno está basado en estereotipos de situaciones ya vividas y que condiciona situaciones a vivir.

Lo que sostiene la agenda previa es, sin dudas, el diálogo interno. Es decir el monólogo que modela lo que pensamos de nosotros mismos y que la mente mecánica utiliza para sostener la Imagen de Sí. La Imagen de Sí, es la capa más superficial de nosotros que nos relaciona con el mundo externo y está llena de expectativas propias y ajenas.  El hecho de "sostener" aclara, por contraposición, la falta de Apertura y la cosificación del ser.

Parar el diálogo interno, entonces, contribuiría a que estemos abiertos a lo que encontremos dentro o fuera de nosotros. Sin depender de la opinión formada de nuestra Imagen de Sí, que califica todo en bueno o malo en base a una experiencia previa. Por eso es tan importante entrar en el silencio antes de comenzar la clase de Yoga, para ir aquietando la mente y con ella el diálogo interno que tiene su propia inercia. 

Cuando estamos en la clase de Yoga tenemos la oportunidad de entrar en un maravilloso laboratorio, donde ponemos en práctica en una atmósfera controlada principios -como Asteya- que luego podremos reflejar en la vida cotidiana.

Qué quiero decir con "atmósfera controlada": contamos con la guía de un profesor en quien confiamos para que nos corrija en la práctica de las posturas y potencie nuestras capacidades al punto de abandonar nuestra zona de confort. 

Si practicamos estar abiertos en esa situación y flexibilizamos nuestra capacidad para vérnoslas con lo que está pasando, ya sea que descubramos un limite por el que no podemos realizar la postura completa, mejoramos el equilibrio, tenemos poca elongación o nos animemos a explorar posturas a las que no estamos acostumbrados; será más sencillo trasladar esta habilidad a la vida cotidiana y fluir con lo que el día a día nos traiga.

Estamos entrenados para ir detrás de las cosas con una agenda previa, para ir de A a B con el menor riesgo posible y la mayor tasa de acierto. Ese es el paradigma que predomina, el de una perfección deseada y no del deseo de perfectibilidad. Sin embargo, la vida está llena de fallos y límites a los que tomamos erróneamente como excepciones ¡Cómo si la regla fuera el acierto permanente! Ser flexibles en el aprendizaje de prueba-error, aún cuando contemos con las mejores herramientas, nos permitirá ser más creativos e innovadores en nuestra vida.

Integrar el error, el límite o lo inesperado a través de la Apertura, nos permite abandonar las actitudes derrotistas. No porque nos convirtamos en una caricatura del pensamiento positivo, si no porque comprendemos que el error es inherente a la conexión real con la vida sin agendas que determinen un único resultado deseable. De esta manera nos permitimos expandir el horizonte y ejercer, en plena conexión con lo más profundo de nosotros, un libre albedrío consciente.


Silvina Giannotta- Copyright 2011-2015

domingo, 18 de diciembre de 2011

Acerca de Satya (Honestidad)

Usualmente identificamos la palabra "honestidad" con ser sincero, decir la verdad ante los demás. Sin embargo esta noción de la honestidad resulta bastante superficial, si sólo está basada en las expectativas que creemos tienen los demás acerca de nosotros.

La honestidad bien entendida, empieza por casa. Dice Godfrey Devereux: "Honestidad interna significa ser capaz de reconocer y evaluar lo que realmente nos está pasando. Ser capaz de interpretar con exactitud lo que la sensibilidad expresa, sin decepcionarnos de nosotros mismos". A este ejercicio G.I. Gurdjieff le llamaría "auto observación imparcial", es decir observar lo que percibimos sin emitir un juicio.

Sin el ejercicio de Satya, no es posible el cambio. Actualmente me encuentro en un proceso de cambio en el cual me resulta fundamental ser sincera conmigo misma, porque no serlo me está costando sufrir en cuerpo y alma. 

Todos los días voy a trabajar y estoy 10 horas en un ambiente infecundo para mis necesidades más profundas como individuo. Sufro un estrés excesivo por intentar adaptarme para sobrevivir en ese entorno, anulándome en la expresión natural de mi ser con todas sus facetas. La consecuencia física de ésto es excesiva tensión corporal, baja de defensas, activación del mecanismo ataque-huida. Ni mencionar un humor que suele ser de malo a apático, mientras me encuentro en la oficina.

Cuando voy a la clase de yoga, estoy en casa o con amigos que alimentan y se nutren de mi ser integral. Me siento aliviada, alegre, confiada, abierta y profundamente viva. Es alto el precio que pagamos por no ser honestos con nosotros mismos: vivir una vida ajena. 

Nos han educado en un sistema que aboga por una sinceridad que sólo es válida si se ajusta a lo que es aceptado por la sociedad. Estamos tan rodeados de esa falsa honestidad, que ni la percibimos. Nos resulta común que se actúe para las cámaras y que entre bambalinas la realidad sea otra. Pura esquizofrenia.

Así elegimos todo: carrera, pareja, amigos, barrio, ropa. Todo lo conveniente, incluso hasta las transgresiones: un porro, una fiesta, curtirte a un desconocido. Sin pararnos a observar si eso que estamos haciendo nos hace feliz, nos lleva a donde queremos o si nos hace mal sin importar lo que digan los demás.

En mi oficina creen que a mi vida le falta un poco de joda. Me aconsejaron hace unos días ir a divertirme al shopping, ver vidrieras -el estereotipo de la diversión femenina-. No significa que alguna vez no me resulte divertido, sobre todo si estoy en plan de comprarme algo o busco inspiración para mi look. Pero en este momento, mi felicidad se encuentra en ir a una potente clase de Yoga Dinámico o leer sobre algún tema que me esté apasionando ¿qué me importa si los demás piensan que soy aburrida mientras yo me esté divirtiendo?

Cierto tipo de diversión social, la mayoría de las veces, es sólo un escape desesperado a la presión que provoca no pasarla bien con nuestra vida la mayor parte del día. Es sólo otra forma de huir del presente, del aquí y ahora que nos resulta odioso, doloroso, infeliz, insoportable. Un presente que puede contener violencia (Himsa), porque cuando no somos honestos con nosotros mismos somos violentos. Estamos ignorando nuestra propia autoridad colocando a otra tiránica por encima de ella, una que está negada a aceptar cualquier cosa que exceda sus parámetros.

Cuando somos sinceros con nosotros mismos, además somos sensibles (Ahimsa) y dejamos de hacernos un daño innecesario. Es tan sencillo notarlo en el mat cuando nos duele alguna articulación y dejamos de presionarla. En la vida cotidiana también podemos hacerlo y practicar Satya. Al aumentar las actividades que nos otorgan mayor presencia y disfrute del aquí y ahora, naturalmente abandonamos lo que nos dispersa y divide.

Una profunda honestidad, implica tener el coraje de abandonar un modo de pensar que ya no nos resulta nutriente y con ello todos los hábitos que lo sustentaban. Practicar Satya requiere sobriedad, para poder aceptar aquello que estaba en el inconsciente sin rasgarnos las vestiduras. Una vez que aceptamos qué parte jugábamos en ese modo de pensar lo soltamos, nos vaciamos y estamos abiertos para recibir lo nuevo.

Silvina Giannotta- Copyright 2011-2015

domingo, 11 de diciembre de 2011

Acerca de Ahimsa (Sensibilidad)

Supongo que la primera vez que oí hablar de Ahimsa, fue la no-violencia practicada por Gandhi. A mis 12 años, habiendo nacido en la cultura occidental, ver que en la película de Richard Attenborough cientos de indios eran brutalmente golpeados por los británicos haciendo uso de este precepto me resultaba un tanto contradictorio y violento. Ahimsa sonaba a no hacer nada, pero a la vez ese no hacer nada perseguía un fin. Raro. Otra vez el principio femenino puesto en la práctica parecía más un martirio que una solución.

Luego como practicante de Yoga mi noción de no-violencia se fue ampliando e hizo un buen click cuando a través de Godfrey Devereux, Ahimsa se volvió positiva "sensibilidad". Como mujer no podía sentir más adecuada esa definición. Las mujeres somos seres dotados de una particular sensibilidad física. Nuestras hormonas contribuyen a que tengamos esa maravillosa carga extra de sensibilidad, con el fin natural de la propagación de la especie y el cuidado de las crías. Más allá de la educación recibida y el impacto de una cultura que enaltece las cualidades masculinas, la naturaleza hace oír su voz.

Ya decían John y Yoko: "La mujer es el negro del mundo", pero también lo son aquellos rasgos de carácter o de expresión humana que se asocien con lo femenino. La sensibilidad tranquilamente podría estar en el primer puesto, goza de mala prensa porque connota pensar más con el cuerpo y la emoción que con la cabeza.

La mente, es la gran tirana de nuestra época. No hay cosa que escape al último juicio de la mente, que en lugar de funcionar como mediadora termina llevando a puntos inverosímiles a la supuesta razón. Así es, como en pos del imperio de la mente el hombre y la sociedad completa se han ido insensibilizando. Perdiendo una brújula imprescindible para la supervivencia y la evolución humanas.

Como practicante de Hatha Yoga, me ha resultado evidente el progresivo proceso de sensibilización de mi cuerpo. Incluso considerándome una persona sensible, lo era más desde el punto de vista emocional que físico. 

El Yoga al ser un práctica de gran interiorización, permite conectarnos con el cuerpo más desde su funcionalidad que desde la forma. Podemos maravillarnos con asanas desafiantes a la gravedad o a la flexibilidad y la fuerza, pero difícilmente lleguemos a reproducirlas si nuestro cuerpo es insensible en las puntos funcionales que posibilitan su ejecución. 

Por más que la mente pretenda realizar el Escorpión o un paro de cabeza, si es insensible a las posibilidades actuales del cuerpo será el impedimento fundamental para realizar aquello que se propone. Utilizar una perspectiva basada únicamente en la acción sin incluir la sensibilidad, será violenta y traerá consecuencias negativas más pronto o más tarde.

La sensibilidad es así un espejo, que muchas veces nos muestra aquello que la mente considera indeseable en uno y por tanto quiere sentir ajeno. La impasibilidad de los indios soportando los golpes en la película Gandhi, aunque parecía una actitud extrema e incomprensible a mis ojos, era el compasivo espejo para que los británicos se hicieran cargo de sus propias actitudes extremas. Sin esa oposición, la violencia no se hubiera hecho evidente.

Se ha asociado ser sensible a una debilidad femenina. Sin embargo, únicamente aquello que es unilateral termina siendo débil y la sensibilidad es potestad tanto de mujeres como de hombres. Ser sensibles a nosotros y al entorno nos permite evaluar las situaciones con la ayuda de la mente, para actuar de manera más integral y equilibrada.

Basta mirar alrededor para saber cuáles han sido las consecuencias de siglos de insensibilización. Habremos avanzado mucho en términos tecnológicos y científicos, pero al no estar éstos fecundados por la ética que conlleva la sensibilidad estamos muy lejos de haber evolucionado.

Ahimsa trae el mensaje más necesario hoy día. Para escucharlo, es necesario silenciar la mente y volver a sentir. 


Silvina Giannotta- Copyright 2011-2015


domingo, 4 de diciembre de 2011

Sobre los Yamas

Tanto se ha dicho y se dice de los Yamas. Personalmente, me ha servido de guía el abordaje que hace de ellos el profesor de yoga británico Godfrey Devereux. En su sitio web dice: "Yama no es un código moral arbitrario, no es otra tiranía ética: es la esencia del yoga, la vida y la conciencia." 

Esto significa que los Yamas no son otros Diez Mandamientos, es decir algo a lo cual debemos obedecer so pena del castigo de Yahvé. Más bien son guías que nos sirven de referencia para la autoobservación y el accionar en la vida cotidiana.

El ejercicio de la autoobservación, implica organizar el caos interno de nuestra mente. Ahora, uno puede utilizar diferentes puntos de referencia para alcanzar ese orden. No está de más decir que dada la naturaleza fluída de nuestra psicología, vivimos en un interminable proceso de caos y orden que se retroalimentan. En la cosmología india el caos es la energía multifacética de Shakti y el orden es la estructura de Shiva.

En medio de la permanente impermanencia, no todos los elementos gozan de la misma jerarquía en un momento dado. Digamos que cuando estamos trabajando, ciertos elementos de nuestra psicología se ponen en juego para relacionarnos con ese entorno, diferentes en calidad o profundidad a los que utilizamos cuando estamos en el mat, en nuestras relaciones de pareja, familiares o amistad. 

Debido a que fuimos educados con la noción de un tiempo lineal e independiente en lugar de un fenómeno circular e interdependiente, gozamos de escasa habilidad para lidiar con las mutaciones del tiempo. Tener una especie de mapa fijo en la cabeza, resulta muy útil a la hora de ganar conciencia de nosotros mismos. 

Los Yamas pueden ser ese mapa: Ahimsa (sensibilidad), Sathya (honestidad), Asteya (apertura), Brahmacharya (presencia), Aparigraha (generosidad). Utilizo la traducción de Godfrey Devereux porque la considero actualizada a la necesidad de nuestra época, donde la libertad y consciencia individual son más importantes que un código de conducta represivo y masificador. 

No importa que por las características de nuestro aparato intelectual, desechemos ad hoc, barajar varias respuestas posibles para un momento dado. Lo cierto es que si trabajamos con el Yama más relevante para la situación, podremos profundizar en ella, conocerla más y en consecuencia realizar cambios a partir de ese aspecto. 

Aunque sepamos, más o menos conscientemente, que vivimos en una gran sopa de causas y efectos en la cual nuestra influencia es ínfima, el objeto de utilizar los Yamas no es hacer nuestra vida más feliz en el sentido llano. Si no estar más en consonancia con lo que está sucediendo y así eliminar el sufrimiento ocasionado por nuestra acción inconsciente.

Estamos acostumbrados a actuar en relación a un resultado al que aspiramos con la cabeza, ignorando la parte de nuestro estado presente que no se ajusta a nuestros prejuicios. Eso hace que estemos fragmentados mental y energéticamente. Provocando una relación cacofónica entre nosotros y las situaciones.

Usando los Yamas como Fuerza Neutralizante entre el objetivo mental y nuestro estado presente, tenemos el punto de apoyo para lograr un nuevo resultado y salir de la cacofonía que nos encuentra en una insatisfacción recurrente. Aumentamos la fluidez con el stop que ocasionan los Yamas y esa receptividad hace que nuestras acciones se vuelvan más íntegras. 

Para una cultura basada en la acumulación y el esfuerzo, hablar de economía energética y fluidez con el entorno puede resultar un contrasentido. Pero no, se trata nada menos que de utilizar el factor femenino que contrapone y equilibra un estilo de acción unilateral y egocéntrica que hemos sostenido por milenios. 


Silvina Giannotta- Copyright 2011-2015

domingo, 27 de noviembre de 2011

El pais que no creamos

Es archiconocida, la actitud argentina de estar mirando siempre a Europa. 

El argentino de clase media y clase media alta toma como modelo de aspiración la cultura y la organización que encuentra en mayor o menor medida en los países desarrollados. Como toda relación platónica, es ideal. Como toda relación platónica, es superficial.

Es muy común que haciendo algún trámite o utilizando algún servicio, alguien comente para quejarse (sí, una vez más y así revoleado al aire con cara de indignación): -¡esto en Europa no pasa!

Ahora ¿alguna vez nos hemos preguntado por qué en Europa no pasan estas cosas? ¿pagamos el precio nosotros para que no pasen estás cosas? 

No me refiero sólo a dinero. El rosario de quejas que uno puede escuchar habitualmente en los medios de transporte de Buenos Aires, colas de bancos, andenes del subte, etc. mayormente no está acompañado de una denuncia formal ante el organismo que corresponda. No, si total para qué. Es como el chiste famoso del gato o del cricket, el argentino antes de hacer nada dice -¿sabés qué? ¡mejor metete el gato en el culo!

¿Y por qué digo ésto? Porque yo también formo parte de la personalidad nacional. 

Tenemos la costumbre de quejarnos y aguantar, como si sólo el paso del tiempo fuera a hacer que algo cambiara. Tal vez creemos que somos Cenicienta y que precisamos de un hada madrina. Ella vendrá un día y nos preguntará: -Argentina ¿quieres asistir al baile del Palacio del Primer Mundo? O tal vez ya vino varias veces -en forma de hado o hada, lo mismo da- y siempre volvemos a convertirnos en calabazas.

Creer en cuentos de hadas, está bien para los niños. El amor idealizado, está bien para los adolescentes. Pero la paternidad, es para los adultos. Como argentinos aún no asumimos ser madres y padres de nuestros hijos. Y con nuestros hijos, me refiero a las generaciones venideras.

Nos falta lo que en yoga se denomina "Samtosa", confianza. Somos tan poco confiados en nuestro entorno, que ni siquiera nos animamos a elevar una queja ante un organismo. Somos tan desconfiados, que ni siquiera pensamos un país a largo plazo. Vivimos, como si todo fuera a explotar mañana.

Si vamos a ver, Europa superó dos guerras gigantescas y cruentas. Si reconstruir un continente luego del paso del nazismo no es confianza ¿qué es? 

Cuando uno tiene confianza está votando por la vida, se está expandiendo, abriendo, dando y recibiendo. Cuando uno es desconfiando, tiene miedo, se cierra y todo tiende a degenerarse o morir.

¿Qué país queremos? ¿cómo queremos hacerlo crecer sin tener confianza? No hablo de una confianza ingenua, hablo de una confianza valiente y responsable. 

Siempre podemos, desde nuestro lugar de ciudadanos actuar con verdadera confianza. Por una vez propongámonos no reaccionar como en el cuento del gato, si no tener la valentía de quejarnos ante quien corresponda y la responsabilidad de sostener nuestra opinión y sus consecuencias para que se haga cumplir la ley.

Si 30 millones o al menos 15 lo hicieran una vez, se produciría una acumulación de cambio.

Como decía Einstein: “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo.” 


Silvina Giannotta- Copyright 2011-2015

domingo, 20 de noviembre de 2011

¿Por dónde empiezo?

El primer sistema de estudio que hallé a mi medida fueron las enseñanzas de Gurdjieff y Ouspensky, como son transmitidas por el Dr. Nicoll en sus 5 volúmenes llamados "Comentarios psicológicos sobre las enseñanzas de Gurdjieff y Ouspensky".

Es importante decir que las ideas básicas sobre este sistema me fueron transmitidas por quien fuera mi primer maestro, porque de haberlas abordado directamente del texto me hubieran sido mucho más arduas de aplicar en mi vida cotidiana. Luego de 10 años de estudio y aplicación de estas ideas reconozco que, como otros métodos, es mejor aprenderlos con alguien que los haya utilizado y pueda fácilmente abrirnos una puerta de entrada a ellos.

Por mi necesidad de desarrollar el pensamiento intelectual y abstracto, encontré que el sistema de G y O se adaptaba muy bien a mi búsqueda. Por supuesto no fue lineal mi estudio, siempre hallamos otras ideas que enriquecen nuestro abordaje a lo filosófico y lo práctico que se nos va presentando en la vida. En mi caso, la Cábala -como la encara Dion Fortune en su libro "La cábala mística"- hizo de perfecto complemento.

Se trata de dos sistemas totalmente diferentes, pero ambos tienen como punto en común que utilizan gráficos en donde se sintetiza la información. Si hablamos del Árbol de la Vida, que se utiliza en la Cábala, está más dotado de símbolos e imágenes de diferentes culturas. Por el contrario los diagramas que utiliza Nicoll para explicar las enseñanzas de G y O, son únicos en su tipo y no se entroncan con otras Tradiciones. El gráfico que se ha vuelto más conocido, porque continuó siendo desarrollado por otros buscadores, es el Eneagrama. Sin embargo, en Nicoll, no contiene la clasificación de tipos de personalidad que hoy día lo ha hecho famoso.

Pero volviendo al tema inicial, cuando se trata de elegir un sistema de estudio uno tiene que sentirse a gusto con él y apasionarse. La razón principal es que los mejores frutos se van cosechando a lo largo del tiempo. Y eso significa, mayores conexiones entre los elementos que componen el sistema y su aplicación práctica en nuestra vida. Todo aquello que es abstracto en el sistema, toma cuerpo en nuestra experiencia cotidiana. Entonces, un sistema de estudio tiene que volverse tridimensional y tiene que estar vivo.

No importa cuál método elijamos: Yoga, Tarot, Astrología, Budismo Zen, Sufismo, Cristianismo, Hermetismo, etc. Después de todo, el sistema es la herramienta de la cual nos valemos para ver más claramente lo que nos hace conflicto y ayudarnos a resolverlo.

Es fundamental probar métodos hasta que nos hallemos en uno. A partir de ahí se puede labrar un camino, que llegado un punto, se volverá más abstracto y nos permitirá valernos de los elementos que precisemos de los diferentes sistemas indistintamente.

Al fin y al cabo, todo está al servicio de que expresemos de forma más plena nuestra identidad. Yo soy.


Silvina Giannotta- Copyright 2011-2015

domingo, 13 de noviembre de 2011

Ser con los otros

Si hay algo que se llama "sincronicidad" lo achacaría a estos dos sucesos que me hicieron prestar atención a una idea.

Por un lado, una amiga en Facebook puso en su estado: "¿Estoy muerta o soy invisible?". Por otro, en un texto muy lindo llamado "Expuesto en una pared de un consultorio terapéutico en Brasil", que habla de la relación entre los dolores anímicos y las enfermedades corporales, encontré la siguiente frase:  "Todos necesitamos saludablemente de un oyente interesado...".

Lo que tienen en común estas situaciones es el dolor de sentirnos invisibles a los otros y, como consecuencia,  perder la noción de ser, de existencia. No hablo de una sensación permanente, algo que hace imposible la vida cotidiana, sino que surge como algo temporal. 
Si habremos escuchado que, como seres humanos, nuestro instinto es gregario... Y ésto, pasa más allá de lo estrictamente biológico referido a la supervivencia. Gran parte de nuestro desarrollo como individuos se debe a la vida en comunidad. Los padres y la familia en general son nuestros principales educadores. Pero no sólo está lo que se refiere a la información que se nos brinda para crecer, fundamentalmente está el amor que recibimos y se traduce en ese interés natural de los que nos quieren y confían en nuestra individualidad.

Cuando digo "amor" no hablo de altruísmos de una Teresa de Calcuta ni de nada similar que precise tener una personalidad única o santa. Interesarnos por otros, más o menos cercanos, en el día a día es un reflejo de la atención que esperamos recibir de los demás. 

Creemos que para confirmar nuestra existencia, sólo hace falta retomar el diálogo interno o mirarnos al espejo a la mañana y saber que sí, que seguimos acá y somos más o menos los mismos. Sin embargo, quienes nos rodean son uno de los principales espejos para recordarnos que estamos vivos. Acuérdense del personaje de Tom Hanks en la película "Naúfrago" y su amigo-pelota Wilson.

El espejo puede ser mejor o peor, más claro o más turbio, más fidedigno o más distorsionado. Descifrar el mensaje de estos espejos andantes, parlantes y sintientes, es parte de la práctica del Yoga fuera de la esterilla. 

Los otros, también somos nosotros. Todo es: adentro y afuera, Yin y Yang, Shakti y Shiva, Tonal y Nahual, nosotros y los otros. No hay forma de separar estas dos caras de una misma moneda. Al religarlas, al realizar el Yoga con ellas, al obtener el Tao,  la vida se pone en movimiento. Cesamos de estar en conflicto con lo que nos está sucediendo y realmente vivimos.

Una situación en la que he puesto en práctica este principio de no-dualidad es cuando subo al colectivo. En lugar de decir sólo el precio del pasaje, además saludo al conductor. Con ese saludo reconozco su humanidad, no es una máquina, una columna. Y en ese reconocimiento del otro también me reconozco como humana, como no-máquina. 

Si el otro no importa, entonces tampoco importo yo. De ahí a ir desensibilizándose el trecho es corto y las oportunidades en la ciudad son demasiadas para confirmar este hecho. Así terminamos aislándonos y al cabo de unas cuantas vueltas, no sólo de colectivo, terminamos recibiendo aquello que emanamos y nos toca ser invisibles a nosotros.

Nadie quiere llegar a ese punto, en el cual le toca jugar el papel de ser invisible para los otros. Lo decía con dolor mi amiga: "¿Estoy muerta o soy invisible?", como si hubiera una equivalencia entre las dos condiciones.

Cuando nos descubrimos ignorando a alguien gratuitamente, es el momento de poner en práctica este simple principio. Que lo tengamos en cuenta como espejo, no significa que nos vamos a casar con él, poner juntos un negocio, irnos de viaje a recorrer el mundo o cualquier cosa que signifique permanencia. Nada más, afirmamos nuestra condición de seres vivos y conscientes.

Eso es Yoga y está al alcance de todos.


Silvina Giannotta- Copyright 2011-2015

sábado, 5 de noviembre de 2011

Alineando cuerpo y mente

-¡Estás toda torcida! La respuesta descarnada de A. a mi consulta de alineación fue una cachetada emocional. Mi naturaleza inquisitiva me estaba exponiendo a revivir malos recuerdos de mis profesoras de danza de la infancia, que sólo querían alumnas naturalmente talentosas.

¿Quién me mandó a preguntar? pensaba mientras me saltaban las lágrimas. Me encontraba en una situación inverosímil, un médico me acusaba por estar enferma. Fue mi primer escollo en la práctica de Yoga, uno que hubiera preferido evitar, pero que ayudó a que perdiera la inocencia o mejor dicho la inconciencia.

Hacía pocos meses que había comenzado a practicar y en busca de un ejercicio un poco más tonificador, abandoné la clase de principiantes y comencé una de Iyengar. Me interesaba porque sentía que su enfoque racional satisfaría mis necesidades de acercarme al aspecto técnico de la práctica del Yoga. Venía de unos años muy dedicados al estudio y al refinamiento de mi Centro Intelectual y sentía una natural atracción hacia aquello que involucrara la lógica incluso en lo corporal.

Superado el entredicho con mi profesora, que notó mi gran turbación y mis ganas de aprender, continué asistiendo a su clase. Fue muy sano, alisar esa arista y permanecer abierta a lo que A. pudiera enseñarme. Veía en ella un gran valor, que demostró con su actitud humana. Hoy día me hace muy feliz recordar la dedicación y la bondad que tuvo para conmigo en los meses que me estuvo dando clases. Las dos trabajamos en la relación profesor-alumno poniendo en práctica lo que enseña el Yoga: sensibilidad, honestidad, apertura, presencia y generosidad (Yamas según Godfrey Devereux).

Luego de haber tomado clases con aproximadamente 10 profesores más, descubrí que un estilo Iyengar bastante puro no era adecuado para mí por el uso que hace de la atención. La obsesión por la alineación estructural que caracteriza a este estilo, hacía que mi mente se tense y mi atención se cierre. Me conectaba a una observación secuencial de mi cuerpo y sus relaciones. Cuantas más indicaciones intelectuales recibía, más se entorpecía mi sensibilidad hacia el cuerpo.

A pesar de tener un conocimiento bastante práctico de la anatomía, sentía que tenía que forzar percibir partes que habían perdido la conexión neuromuscular agregando una preocupación más a la mente ¿cómo demonios se debería sentir el psoas o el subumbilical? ¿o cómo subir la rótula con los cuádriceps en contracción y además no hiperextender? 

Puede ser que quienes no hacen uso de la atención cerrada la mayor parte del día, sientan un estímulo en una práctica como Iyengar en la que se presta atención al detalle. Para mí, es más de lo mismo a una hora del día que preciso expandir la percepción.

Sin embargo esa expansión, carente del caos intermitente cotidiano, se parece a una relajación mental. Cuando a través del cuerpo voy entrando en ese estado, la fluidez del movimiento es mayor. Si bien hay una observación que hacemos con la mente, mientras ésta no intente intervenir en el proceso todo sucederá integrado y natural. Hay un abandono a querer controlar la situación, pero a la vez podemos mantener una gran sobriedad y agudeza. Cuando podemos integrar estos opuestos, estamos listos para recibir las sugerencias del profesor.

En ese estado de apertura, una pequeña indicación en forma física hecha por un profesor sensible puede llenarse de significado. No un significado intelectual, si no uno que reactiva en nuestro cuerpo las conexiones neuromusculares y logra que se produzca el cambio. Sin saber cómo ocurre, el cambio ocurre. Sin mediar nuestra mente, el cuerpo comprende cómo ser más efectivo. Sin mirarse al espejo, el cuerpo adapta la forma correcta.

Luego, puede haber explicaciones intelectuales. No sólo externas, de parte de profesores, si no también internas. De hecho, lo que estoy escribiendo es consecuencia de mi indagación y de mi impulso a reflexionar sobre lo que experimento. Ésto, va nutriendo mi camino.

Con los años veo estas situaciones como parte de un proceso muy amplio, somos un work-in-progress y como tal nos estamos descubriendo todo el tiempo. En busca de sentido, practicando -como dice Mark Whitwell- nuestro propio Yoga.


Silvina Giannotta- Copyright 2011-2015

domingo, 30 de octubre de 2011

Las Cuatro Inteligencias

Hace unos días vi una conferencia de TED "Las escuelas matan la creatividad" en la cual habla Sir Ken Robinson acerca de cómo la educación institucional no permite desarrollar otras inteligencias al mismo nivel de la intelectual. Esta idea resalta el valor de lo intelectual en nuestra sociedad y cómo ello se convierte en un factor de supervivencia en el modelo de la sociedad industrializada.

Pero Robinson también dice, que este modelo está perimido porque hay un exceso de gente capacitada en áreas intelectuales que luego no logran insertarse laboralmente. Algo que de hecho está pasando en los países más desarrollados. Cuenta la historia de Gillian Lyne, coreógrafa de grandes musicales, como ejemplo de alguien con una gran inteligencia en el centro motriz quien hubiera sido descartada del sistema si se la hubiera obligado a una educación tradicional.

El planteo de este educador  me hizo pensar automáticamente en Gurdjieff que en sus sistema enseña las diferentes inteligencias en el hombre: instintiva, motriz, emocional, intelectual . Propone identificar cuál de ellas predomina más en nosotros para luego conscientemente desarrollar las desatendidas y de ese modo volvernos más equilibrados. Como consecuencia de ello, se podría decir, que funcionaremos más eficientemente de acuerdo con las posibilidades que tenemos como organismo. El maestro de Yoga Godfrey Devereux remarca que el hombre es el organismo vivo más sofisticado respaldado por 3.500 millones de años de desarrollo. Algo para tener en cuenta.

De acuerdo con la clasificación de los centros o inteligencias que hace Gurdjieff, la Inteligencia Instintiva es común a todos los hombres en su predominancia. Esto quiere decir que el cuerpo realiza sus funciones sin, para ello, mediar nuestra atención. Imagínense si tuviéramos que pensar en digerir la comida o mover cada pie al caminar.

Respecto de las siguientes inteligencias la predominancia está dada cuando la actividad de un centro ocupa más tiempo e intereses que las otras dos. En el caso de un Motriz  (1) diría que su atención está centrada en las actividades en donde involucre lo físico, lo biológico y lo sensual: comer, sexo, dormir, deportes, medios de locomoción, fuerza física, crianza, etc. Un Emocional (2) dedicaría su tiempo mayormente a: las artes, el romance, la ensoñación, la creatividad, la religión, etc. Mientras que un Intelectual (3) predominantemente se encontraría: estudiando, investigando, haciendo cálculos abstractos, elaborando teorías, armando planes, organizando actividades.

En cuanto a mi experiencia, mi Centro Emocional era el más desarrollado. Es muy curioso cómo, cuando uno está dentro de ese modo que le es tan natural, cuesta reconocer dónde está su desarrollo unilateral. Poco a poco se hace evidente, sobre todo observando la inteligencia dominante de otras personas. Para un Emocional es lo más natural ver el mundo desde los sentimientos y le resulta difícil comprender que puede haber quienes vean la vida más con la cabeza o con las tripas.

Recuerdo que con una de mis mejores amigas, que ahora es profesora de yoga, nos lamentábamos por sentir tanto todo lo que nos pasaba en la vida. Ahora me causa gracia el exceso de romanticismo en ese lamento, porque había una queja pero también un fatalismo como si nada pudiera cambiarse. Sin embargo, luego de haberme dedicado a desarrollar mi Inteligencia Intelectual revaloricé la capacidad de sentir en su medida justa. Muchas veces se trata de una especie de instinto animal, que nos señala si estamos a gusto o no con lo que estamos haciendo. Pura supervivencia.

La Inteligencia Motriz jugaba en mí un papel de mediana importancia, de chica me atraía treparme, bailar, hacer la vertical, etc. Por lo que tempranamente tuve como disciplina física la danza, luego gimnasia con música, luego Chi Kung y así llegué al Hatha Yoga.

En resumen, siguiendo la clasificación de Gurdjieff, era una persona 2-1-3. Al ocuparme de desarrollar lo Intelectual, fui de a poco equilibrando las otras dos inteligencias y me fui sintiendo más expresada como individuo. Cierto nivel de conflicto y sufrimiento inconsciente fue mermando poco a poco. Un sufrimiento generado por necesidades de expresión que estaban insatisfechas, por sentirlas ajenas o desconocidas. Decía Terencio: "Soy humano, nada de lo humano me es ajeno".

La vida continúa con sus altibajos, su impermanencia, su flujo y por lo tanto con toda su riqueza. La ilusoria búsqueda de la perfección total quedó afortunadamente en el camino. Ahora disfruto la perfecta imperfección de la vida y por eso soy plenamente humana.

Silvina Giannotta - Copyright 2011-2015

lunes, 24 de octubre de 2011

Disfruta el silencio



Me llevó un par de años amigarme con el silencio en las clases de yoga. Más bien diría, comprender la función que el silencio ocupa.

Acostumbrada a tomar clases de danza y de gimnasia con música, hacer una disciplina física sin acompañamiento me hacía sentir un poco muda. Como si la voz de mi cuerpo estuviera siempre unida a la música. 

Tan alejados estamos del silencio en la vida ciudadana, que es muy común llegar a casa -más cuando vivimos solos- y encender la tele, la radio o la compu. Hacer silencio nos fuerza a escuchar, lo que Castaneda llama el "diálogo interno", la permanente charla que la mente desarrolla con nosotros mismos.

En la clase de yoga, esto se hace muy evidente. Se instala el silencio. Sólo la voz del profesor indicándonos los movimientos y nosotros a la expectativa: abiertos, escuchando, listos para mover.

Pero la mente sigue con su conversación automática: que si me olvidé de anotar un llamado de mi jefe, que si a la salida de la clase tengo que ir al super, que si mejor hubiera ido a la otra clase. 

Pasamos de la vida cotidiana, en nuestra casa, en nuestro trabajo hablando constantemente, al punto opuesto en yoga sin emitir palabra.

A medida que fui conociendo más la disciplina, surgían dudas. Y comencé a hablar, a romper el silencio de la clase. Fue un alivio escuchar hace poco a la directora del centro, en una clase del instructorado, que puesto que no sabemos y vamos a aprender, se espera que preguntemos.

En el correr de los años de práctica, hacer preguntas, no sólo me sirvió para hallar respuestas técnicas.  También para encontrar una confirmación a algún descubrimiento o para paliar la inseguridad en mi propia sabiduría corporal y en mi discernimiento interno. 

Cuando confié plenamente en mis profesores y a la vez en mi sabiduría personal, el silencio, se convirtió paulatinamente en un espacio de confianza mutua. Decimos en nuestra cultura que nos sentimos a gusto con alguien que queremos, cuando cada cual en lo suyo comparten el silencio. En Yoga sucede exactamente lo mismo. 

No con todos los profesores hallamos este punto de confianza. Es bueno recordar, que la clase de Yoga es una extensión de la vida y que mantiene cierta lógica básica. Si alguien no me cae bien o tengo dificultades de comunicación con esa persona, nuestro silencio va a ser tenso.

Creo que, una vez que conocemos los aspectos técnicos básicos del Hatha Yoga y encontramos un profesor adecuado, es deseable profundizar en el silencio -ese amplio y nuevo espacio-. Ese puente donde la sabiduría interna de profesor y alumno se encuentran, para que suceda el misterio: la enseñanza de corazón a corazón. 


Silvina Giannotta - Copyright 2011-2015