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domingo, 30 de octubre de 2011

Las Cuatro Inteligencias

Hace unos días vi una conferencia de TED "Las escuelas matan la creatividad" en la cual habla Sir Ken Robinson acerca de cómo la educación institucional no permite desarrollar otras inteligencias al mismo nivel de la intelectual. Esta idea resalta el valor de lo intelectual en nuestra sociedad y cómo ello se convierte en un factor de supervivencia en el modelo de la sociedad industrializada.

Pero Robinson también dice, que este modelo está perimido porque hay un exceso de gente capacitada en áreas intelectuales que luego no logran insertarse laboralmente. Algo que de hecho está pasando en los países más desarrollados. Cuenta la historia de Gillian Lyne, coreógrafa de grandes musicales, como ejemplo de alguien con una gran inteligencia en el centro motriz quien hubiera sido descartada del sistema si se la hubiera obligado a una educación tradicional.

El planteo de este educador  me hizo pensar automáticamente en Gurdjieff que en sus sistema enseña las diferentes inteligencias en el hombre: instintiva, motriz, emocional, intelectual . Propone identificar cuál de ellas predomina más en nosotros para luego conscientemente desarrollar las desatendidas y de ese modo volvernos más equilibrados. Como consecuencia de ello, se podría decir, que funcionaremos más eficientemente de acuerdo con las posibilidades que tenemos como organismo. El maestro de Yoga Godfrey Devereux remarca que el hombre es el organismo vivo más sofisticado respaldado por 3.500 millones de años de desarrollo. Algo para tener en cuenta.

De acuerdo con la clasificación de los centros o inteligencias que hace Gurdjieff, la Inteligencia Instintiva es común a todos los hombres en su predominancia. Esto quiere decir que el cuerpo realiza sus funciones sin, para ello, mediar nuestra atención. Imagínense si tuviéramos que pensar en digerir la comida o mover cada pie al caminar.

Respecto de las siguientes inteligencias la predominancia está dada cuando la actividad de un centro ocupa más tiempo e intereses que las otras dos. En el caso de un Motriz  (1) diría que su atención está centrada en las actividades en donde involucre lo físico, lo biológico y lo sensual: comer, sexo, dormir, deportes, medios de locomoción, fuerza física, crianza, etc. Un Emocional (2) dedicaría su tiempo mayormente a: las artes, el romance, la ensoñación, la creatividad, la religión, etc. Mientras que un Intelectual (3) predominantemente se encontraría: estudiando, investigando, haciendo cálculos abstractos, elaborando teorías, armando planes, organizando actividades.

En cuanto a mi experiencia, mi Centro Emocional era el más desarrollado. Es muy curioso cómo, cuando uno está dentro de ese modo que le es tan natural, cuesta reconocer dónde está su desarrollo unilateral. Poco a poco se hace evidente, sobre todo observando la inteligencia dominante de otras personas. Para un Emocional es lo más natural ver el mundo desde los sentimientos y le resulta difícil comprender que puede haber quienes vean la vida más con la cabeza o con las tripas.

Recuerdo que con una de mis mejores amigas, que ahora es profesora de yoga, nos lamentábamos por sentir tanto todo lo que nos pasaba en la vida. Ahora me causa gracia el exceso de romanticismo en ese lamento, porque había una queja pero también un fatalismo como si nada pudiera cambiarse. Sin embargo, luego de haberme dedicado a desarrollar mi Inteligencia Intelectual revaloricé la capacidad de sentir en su medida justa. Muchas veces se trata de una especie de instinto animal, que nos señala si estamos a gusto o no con lo que estamos haciendo. Pura supervivencia.

La Inteligencia Motriz jugaba en mí un papel de mediana importancia, de chica me atraía treparme, bailar, hacer la vertical, etc. Por lo que tempranamente tuve como disciplina física la danza, luego gimnasia con música, luego Chi Kung y así llegué al Hatha Yoga.

En resumen, siguiendo la clasificación de Gurdjieff, era una persona 2-1-3. Al ocuparme de desarrollar lo Intelectual, fui de a poco equilibrando las otras dos inteligencias y me fui sintiendo más expresada como individuo. Cierto nivel de conflicto y sufrimiento inconsciente fue mermando poco a poco. Un sufrimiento generado por necesidades de expresión que estaban insatisfechas, por sentirlas ajenas o desconocidas. Decía Terencio: "Soy humano, nada de lo humano me es ajeno".

La vida continúa con sus altibajos, su impermanencia, su flujo y por lo tanto con toda su riqueza. La ilusoria búsqueda de la perfección total quedó afortunadamente en el camino. Ahora disfruto la perfecta imperfección de la vida y por eso soy plenamente humana.

Silvina Giannotta - Copyright 2011-2015

lunes, 24 de octubre de 2011

Disfruta el silencio



Me llevó un par de años amigarme con el silencio en las clases de yoga. Más bien diría, comprender la función que el silencio ocupa.

Acostumbrada a tomar clases de danza y de gimnasia con música, hacer una disciplina física sin acompañamiento me hacía sentir un poco muda. Como si la voz de mi cuerpo estuviera siempre unida a la música. 

Tan alejados estamos del silencio en la vida ciudadana, que es muy común llegar a casa -más cuando vivimos solos- y encender la tele, la radio o la compu. Hacer silencio nos fuerza a escuchar, lo que Castaneda llama el "diálogo interno", la permanente charla que la mente desarrolla con nosotros mismos.

En la clase de yoga, esto se hace muy evidente. Se instala el silencio. Sólo la voz del profesor indicándonos los movimientos y nosotros a la expectativa: abiertos, escuchando, listos para mover.

Pero la mente sigue con su conversación automática: que si me olvidé de anotar un llamado de mi jefe, que si a la salida de la clase tengo que ir al super, que si mejor hubiera ido a la otra clase. 

Pasamos de la vida cotidiana, en nuestra casa, en nuestro trabajo hablando constantemente, al punto opuesto en yoga sin emitir palabra.

A medida que fui conociendo más la disciplina, surgían dudas. Y comencé a hablar, a romper el silencio de la clase. Fue un alivio escuchar hace poco a la directora del centro, en una clase del instructorado, que puesto que no sabemos y vamos a aprender, se espera que preguntemos.

En el correr de los años de práctica, hacer preguntas, no sólo me sirvió para hallar respuestas técnicas.  También para encontrar una confirmación a algún descubrimiento o para paliar la inseguridad en mi propia sabiduría corporal y en mi discernimiento interno. 

Cuando confié plenamente en mis profesores y a la vez en mi sabiduría personal, el silencio, se convirtió paulatinamente en un espacio de confianza mutua. Decimos en nuestra cultura que nos sentimos a gusto con alguien que queremos, cuando cada cual en lo suyo comparten el silencio. En Yoga sucede exactamente lo mismo. 

No con todos los profesores hallamos este punto de confianza. Es bueno recordar, que la clase de Yoga es una extensión de la vida y que mantiene cierta lógica básica. Si alguien no me cae bien o tengo dificultades de comunicación con esa persona, nuestro silencio va a ser tenso.

Creo que, una vez que conocemos los aspectos técnicos básicos del Hatha Yoga y encontramos un profesor adecuado, es deseable profundizar en el silencio -ese amplio y nuevo espacio-. Ese puente donde la sabiduría interna de profesor y alumno se encuentran, para que suceda el misterio: la enseñanza de corazón a corazón. 


Silvina Giannotta - Copyright 2011-2015