Si hay algo que se llama "sincronicidad" lo achacaría a estos dos sucesos que me hicieron prestar atención a una idea.
Por un lado, una amiga en Facebook puso en su estado: "¿Estoy muerta o soy invisible?". Por otro, en un texto muy lindo llamado "Expuesto en una pared de un consultorio terapéutico en Brasil", que habla de la relación entre los dolores anímicos y las enfermedades corporales, encontré la siguiente frase: "Todos necesitamos saludablemente de un oyente interesado...".
Lo que tienen en común estas situaciones es el dolor de sentirnos invisibles a los otros y, como consecuencia, perder la noción de ser, de existencia. No hablo de una sensación permanente, algo que hace imposible la vida cotidiana, sino que surge como algo temporal.
Si habremos escuchado que, como seres humanos, nuestro instinto es gregario... Y ésto, pasa más allá de lo estrictamente biológico referido a la supervivencia. Gran parte de nuestro desarrollo como individuos se debe a la vida en comunidad. Los padres y la familia en general son nuestros principales educadores. Pero no sólo está lo que se refiere a la información que se nos brinda para crecer, fundamentalmente está el amor que recibimos y se traduce en ese interés natural de los que nos quieren y confían en nuestra individualidad.
Cuando digo "amor" no hablo de altruísmos de una Teresa de Calcuta ni de nada similar que precise tener una personalidad única o santa. Interesarnos por otros, más o menos cercanos, en el día a día es un reflejo de la atención que esperamos recibir de los demás.
Creemos que para confirmar nuestra existencia, sólo hace falta retomar el diálogo interno o mirarnos al espejo a la mañana y saber que sí, que seguimos acá y somos más o menos los mismos. Sin embargo, quienes nos rodean son uno de los principales espejos para recordarnos que estamos vivos. Acuérdense del personaje de Tom Hanks en la película "Naúfrago" y su amigo-pelota Wilson.
El espejo puede ser mejor o peor, más claro o más turbio, más fidedigno o más distorsionado. Descifrar el mensaje de estos espejos andantes, parlantes y sintientes, es parte de la práctica del Yoga fuera de la esterilla.
Los otros, también somos nosotros. Todo es: adentro y afuera, Yin y Yang, Shakti y Shiva, Tonal y Nahual, nosotros y los otros. No hay forma de separar estas dos caras de una misma moneda. Al religarlas, al realizar el Yoga con ellas, al obtener el Tao, la vida se pone en movimiento. Cesamos de estar en conflicto con lo que nos está sucediendo y realmente vivimos.
Una situación en la que he puesto en práctica este principio de no-dualidad es cuando subo al colectivo. En lugar de decir sólo el precio del pasaje, además saludo al conductor. Con ese saludo reconozco su humanidad, no es una máquina, una columna. Y en ese reconocimiento del otro también me reconozco como humana, como no-máquina.
Si el otro no importa, entonces tampoco importo yo. De ahí a ir desensibilizándose el trecho es corto y las oportunidades en la ciudad son demasiadas para confirmar este hecho. Así terminamos aislándonos y al cabo de unas cuantas vueltas, no sólo de colectivo, terminamos recibiendo aquello que emanamos y nos toca ser invisibles a nosotros.
Nadie quiere llegar a ese punto, en el cual le toca jugar el papel de ser invisible para los otros. Lo decía con dolor mi amiga: "¿Estoy muerta o soy invisible?", como si hubiera una equivalencia entre las dos condiciones.
Cuando nos descubrimos ignorando a alguien gratuitamente, es el momento de poner en práctica este simple principio. Que lo tengamos en cuenta como espejo, no significa que nos vamos a casar con él, poner juntos un negocio, irnos de viaje a recorrer el mundo o cualquier cosa que signifique permanencia. Nada más, afirmamos nuestra condición de seres vivos y conscientes.
Eso es Yoga y está al alcance de todos.
Silvina Giannotta- Copyright 2011-2015
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