Supongo que la primera vez que oí hablar de Ahimsa, fue la no-violencia practicada por Gandhi. A mis 12 años, habiendo nacido en la cultura occidental, ver que en la película de Richard Attenborough cientos de indios eran brutalmente golpeados por los británicos haciendo uso de este precepto me resultaba un tanto contradictorio y violento. Ahimsa sonaba a no hacer nada, pero a la vez ese no hacer nada perseguía un fin. Raro. Otra vez el principio femenino puesto en la práctica parecía más un martirio que una solución.
Luego como practicante de Yoga mi noción de no-violencia se fue ampliando e hizo un buen click cuando a través de Godfrey Devereux, Ahimsa se volvió positiva "sensibilidad". Como mujer no podía sentir más adecuada esa definición. Las mujeres somos seres dotados de una particular sensibilidad física. Nuestras hormonas contribuyen a que tengamos esa maravillosa carga extra de sensibilidad, con el fin natural de la propagación de la especie y el cuidado de las crías. Más allá de la educación recibida y el impacto de una cultura que enaltece las cualidades masculinas, la naturaleza hace oír su voz.
Ya decían John y Yoko: "La mujer es el negro del mundo", pero también lo son aquellos rasgos de carácter o de expresión humana que se asocien con lo femenino. La sensibilidad tranquilamente podría estar en el primer puesto, goza de mala prensa porque connota pensar más con el cuerpo y la emoción que con la cabeza.
La mente, es la gran tirana de nuestra época. No hay cosa que escape al último juicio de la mente, que en lugar de funcionar como mediadora termina llevando a puntos inverosímiles a la supuesta razón. Así es, como en pos del imperio de la mente el hombre y la sociedad completa se han ido insensibilizando. Perdiendo una brújula imprescindible para la supervivencia y la evolución humanas.
Como practicante de Hatha Yoga, me ha resultado evidente el progresivo proceso de sensibilización de mi cuerpo. Incluso considerándome una persona sensible, lo era más desde el punto de vista emocional que físico.
El Yoga al ser un práctica de gran interiorización, permite conectarnos con el cuerpo más desde su funcionalidad que desde la forma. Podemos maravillarnos con asanas desafiantes a la gravedad o a la flexibilidad y la fuerza, pero difícilmente lleguemos a reproducirlas si nuestro cuerpo es insensible en las puntos funcionales que posibilitan su ejecución.
Por más que la mente pretenda realizar el Escorpión o un paro de cabeza, si es insensible a las posibilidades actuales del cuerpo será el impedimento fundamental para realizar aquello que se propone. Utilizar una perspectiva basada únicamente en la acción sin incluir la sensibilidad, será violenta y traerá consecuencias negativas más pronto o más tarde.
La sensibilidad es así un espejo, que muchas veces nos muestra aquello que la mente considera indeseable en uno y por tanto quiere sentir ajeno. La impasibilidad de los indios soportando los golpes en la película Gandhi, aunque parecía una actitud extrema e incomprensible a mis ojos, era el compasivo espejo para que los británicos se hicieran cargo de sus propias actitudes extremas. Sin esa oposición, la violencia no se hubiera hecho evidente.
Se ha asociado ser sensible a una debilidad femenina. Sin embargo, únicamente aquello que es unilateral termina siendo débil y la sensibilidad es potestad tanto de mujeres como de hombres. Ser sensibles a nosotros y al entorno nos permite evaluar las situaciones con la ayuda de la mente, para actuar de manera más integral y equilibrada.
Basta mirar alrededor para saber cuáles han sido las consecuencias de siglos de insensibilización. Habremos avanzado mucho en términos tecnológicos y científicos, pero al no estar éstos fecundados por la ética que conlleva la sensibilidad estamos muy lejos de haber evolucionado.
Ahimsa trae el mensaje más necesario hoy día. Para escucharlo, es necesario silenciar la mente y volver a sentir.
Silvina Giannotta- Copyright 2011-2015
Silvina Giannotta- Copyright 2011-2015
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